Andrés Ciro a los 44
“Es de adolescentes pedir que vuelvan Los Piojos”
Escribe Sergio Marchi
Fotos Nacho Sánchez
Viaje al centro de la Luna” fue uno de los shows más elaborados que el rock argentino haya generado en mucho tiempo. Podría decirse que fue una “ópera rock” nacional, popular y ecologista: una historia con principio, nudo y desenlace que involucró a personajes de todo tipo: un selenita (el baterista Lulo Isod), una tripulación que entabló diálogo musical con Ciro y Los Persas, un accidente fatal, una Reina de las Cavernas (Deborah Dixon, y su mayordomo, encarnado por el pianista Chucky de Ípola), un Diablo Tanguero (Omar Mollo), una cápsula espacial, una jaula con bailarinas que subían y bajaban los peldaños de la locura, y que sobrevolaron al público. También, desde los cuatro puntos cardinales del estadio, se produjo el diálogo entre la Base Palomar y la tripulación argentina (representada por marionetas tipo Capitán Escarlata), que partió en busca de agua en el futuro lejano, ya que la única reserva del planeta que quedó disponible es la del Riachuelo. Una misión complicada, sobre todo porque hubo que trasladar ese argumento al escenario y mover a músicos, montajistas, productores, marionetistas, constructores, sonidistas, iluminadores; y Andrés Ciro Martínez no es de los que delegan funciones, se las carga al hombro y supervisa con ojo blindado. “Ensayamos varios meses antes, pero el día del primer show llegué a las dos de la tarde y el humo de la nave salía en diagonal. Entonces, le pusimos unos codos para rectificar la trayectoria del humo, pero se derritieron y hubo que colocar otros más resistentes. La prueba de sonido fue torturante porque con el Luna Park vacío había mucho rebote y todo sonaba como el orto. Nosotros conocemos el lugar, pero llegó un momento en que me dije ‘me pongo los auriculares, me olvido del mundo y que sea lo que Dios quiera’. Finalmente, pude tocar sin auriculares con los retornos y escuchando a la gente”, recuerda ahora, ya relajado después de dormir cuatro días seguidos.
La concepción del show, según Martínez, fue veloz y apareció de fuentes diversas que se mezclaron hasta que pudo darle un orden en su cabeza. “Íbamos al centro, al Luna Park, a la Luna... ¿a qué íbamos? ¿A buscar agua? A buscar agua. Una vez que tuvimos eso, me surgió la idea del infierno: imaginé niveles como para ir bajando. Yo no leí La Divina Comedia de Dante Alighieri (bah, leí un tercio), pero sí me acordé del dibujo que hizo Hernán Bermúdez para Verde paisaje del infierno, el disco de Los Piojos. Y pensando en eso arranqué con la idea”.
–Necesitabas un buen diablo para un infierno lunar.
–Sí, pero del infierno me salió una cosa tanguera, que tenía algo de diabólico. Hacía tiempo que quería escribir un tango y se me ocurrió sin pensar. Es muy extraño como a veces se concretan las cosas. Entonces, me referí al diablo en un tango, un poco desde la óptica de Giovanni Papini (autor de Il diavolo). La primera estrofa habla de eso, después me tomé más libertades cuando digo que “nunca garpé un feca a nadie, les hice juicio a mis tatuajes, mi vicio yo lo elegí”. En este tango pensé en un demonio canyengue, y apareció Omar Mollo que me dio perfecto en ese papel.
–¿Se escuchaba tango en tu casa cuando eras chico?
–No, pero yo sí escuché un poco a Gardel. Nunca fui un estudioso del tango ni nada por el estilo. Hicimos “Yira yira” con Los Piojos porque me gustó la letra, se la mostré a los pibes y salió.
–¿Cómo terminás componiendo este tango con otro diablo: Charly García?
–Justo cuando tenía escrita la letra, tocamos con Los Persas en Sunchales, en un festival que cerraba Charly. Cuando llegué al hotel mi manager me dijo que saludara a Charly, que acababa de entrar en una habitación frente a la mía. Le golpeé la puerta, charlamos un minuto, y al rato él me tocó la puerta para pedirme prestada una guitarra. Lo hice pasar y, como estábamos reunidos con los chicos de la banda, se quedó. Comenzó a tocar y a contarnos cosas de los Beatles, y en un momento saqué un celular, le mostré la letra del tango del diablo y él tiró una melodía con la guitarra. La grabamos con un iPhone y un Blackberry, y después me contacté con él, le mandé una grabación y me dio el OK para que lo registráramos. Nunca pensé en escribir un tema con Charly García, pero salió así, como parte de toda esta especie de revolución lunar. Una cosa medio irracional, medio de fiebre.
–¿Este show fue una fábula nacional, popular y ecológica?
–Me gusta más la palabra epopeya. La Luna despierta una fantasía milenaria que todos tenemos adentro. Excede nacionalismos, países y épocas. Siempre representó una lejanía, un imposible al alcance de la vista. Es mucho más accesible que Marte, Venus, el Sol, pero es una isla a la que no llega ningún barco. Y siempre está la fantasía de ser astronauta. Yo, al menos, la tuve. Literariamente te permite todo, porque con la Luna podés jugar con cualquier cosa: es un escenario vacío donde todo es posible. Eso me parecía buenísimo, para las ideas, para los personajes, para Deborah Dixon haciendo de la Reina de las Cavernas, para este demonio que vive abajo con minas. Podía poner cualquier cosa, distintas especies, razas diferentes.
–Al comienzo, llegan a la Luna vestidos de astronautas, sacan la bandera de los Estados Unidos y la reemplazan por la de Argentina.
–Ese gesto es un relato posible, pero en el momento sentí que sacaba la bandera no de un cráter en la Luna, sino de una punta de tierra argentina.
–¿Te emocionaste?
–En ese momento no me emocioné porque estaba pendiente de muchas cosas que no tenían que salir mal como, por ejemplo, que la bandera argentina se desplegara, que la yanqui volara a tiempo. Hay algo que leí en estos días: “Entre lo sublime y el ridículo hay un paso”. Salir los cinco vestidos de astronautas en una superficie lunar en un estadio tuvo algo de eso, pero también fue jugar con una situación entre dramática y humorística, para conmover.
–Cuando sacaste la bandera yanqui y pusiste la argentina, el público lo vinculó con Malvinas y cantó “el que no salta es un inglés”. ¿Fue una lectura correcta?
–Los yanquis y los ingleses racialmente son anglosajones. No veo a los ingleses sólo como potencia colonial, aunque su política exterior es imperialista. También conozco ingleses maravillosos, que nos transmiten el fútbol y el mejor rock and roll de la Tierra. Cuando voy a Europa tengo una cosa de admiración, de entendimiento porque me gusta leer historia. Sé por lo que pasaron: no veo solamente la calle asfaltada de hoy. Pero también noto el contraste con la pobreza de América Latina y me resulta incómodo. Sobre todo sabiendo que hay cierta responsabilidad de parte, no toda, del Primer Mundo en que nosotros seamos Tercer Mundo. O hay una intención permanente con la connivencia de los cipayos, como diría Jauretche, de que hubiéramos seguido siendo colonia.
–¿Qué hubiera dicho Jauretche de tu show?
–Creo que le hubiera gustado mucho. Estoy en deuda con don Arturo porque me olvidé de poner su figura en el cohete. En el próximo show va a estar junto a Perón, Evita, Olmedo, San Martín, el 10 de Maradona, (en la puerta del cohete decía “gracias a los viejos”), el escudo de Boca y el de River, también, como respeto al otro 49 por ciento de los hinchas.
–¿Sentís que este show espacial podía servirte para “despegar” definitivamente de Los Piojos?
–No lo sé y tampoco pensé en eso.
–¿Qué te produce que un montón de pibes te pida que Los Piojos se vuelvan a juntar?
–Lo veo como un canto del momento, más que como un razonamiento real. Si uno lo razona: Tavo no está más, Roger le hizo juicio a toda la banda, incluidos Tavo y Pity. Pity abandonó la banda y se ocupó de ensuciar la historia de Los Piojos cada vez que abrió la boca. Miki se fue a Córdoba y formó su banda. Entonces, pedir eso es imposible. Yo tengo mi proyecto y estoy feliz. Es una cosa de adolescentes y del fragor del momento, más que algo que pudiera concretarse alguna vez.
–¿Sentís algo especial cuando hacés un tema de Los Piojos?
–Siento un gran placer, me gustan como suenan hoy los temas de Los Piojos y me encanta agitar: soy un agitador y quiero llevar a la gente lo más arriba posible. Me encanta que eso pase: desempolvar viejos temas de Los Piojos que no se tocaban desde hacía mucho, sorprender y compartir ese placer. Fue una etapa muy grata de mi vida, que me dio el lugar que ocupo hoy. Muchas de esas canciones son mías y en otros casos hice las letras, melodías, armonías. A este repertorio lo siento como propio. No tengo nostalgia y cada vez que hago un tema lo vivo como algo del momento.
–En el show le rendiste homenaje a dos emblemas del rock nacional: Luca Prodan y Pappo. ¿Qué dejaron en vos?
–Luca y Pappo aparecen mencionados dos veces. Luca está en el “Malambo para Luca”, pero también en el final de “Quemado” donde hago una parte de “Don’t Turn Blue”. Y en “Manjar” hago “Debedé”. Luca para mí fue sorprendente, un tipo sin caretas, alguien que gritaba como yo quería escuchar. Siempre lo sentí un artista inconmensurable. Una de las cosas que me gustan de él, es que detrás de toda su locura tenía un gran cerebro. Era alguien que sabía de lo que hablaba, tenía una cultura muy amplia y no una locura divagante. Era la locura genial, creativa, que definía. Exactamente lo mismo te podría decir de Pappo: otro loco genial. Él me movió y me pegó mucho porque fue el único que entendió el blues como a mí me gustaba escucharlo. Pappo tenía el swing negro que nadie logró. Pero te olvidaste de uno que también mencioné, que es un maestro del rock and roll: Moris. Tocamos un fragmento de “El mendigo del Dock Sud”.
–Podrías haber llevado la misma cantidad de público y ganado más dinero con un show convencional. ¿Qué hizo que te metieras en todo este lío espacial?
–La búsqueda de la magia. Cuando yo vi una campana de cocina industrial, que es lo que parecía el cohete gris, sin pintar, bajando con esa suavidad, con Así hablaba Zaratustra de fondo, se me llenaron los ojos de lágrimas. Me pareció mágico. Me parece profundamente emocionante que ese cohete tenga la bandera argentina. Porque creo que es un destino posible y al que nos asomamos un par de veces en la historia. No hay tarea difícil que en algún momento no haya sido vista como imposible. Y esos imposibles, esos sueños, son los que impulsan a la gente.
Año 2 | N° 48
Buenos Aires, 12 de Enero de 2012
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